martes, 15 de enero de 2013

La bola de cristal de Solzhenitsyn




No hacía falta que viniese yo a este recién estrenado blog para decir que la nuestra es una sociedad enferma, casi comatosa. Su enfermedad es un hastío que se manifiesta en una evidente falta de valor y concretamente una falta de valor para ser libres y no me vale la excusa de los efectos de la crisis económica. Es más profundo.

Para entenderlo habría que volver a leer el discurso de Alexander Solzhenitsyn en la ceremonia de graduación de Harvard de 1978. Volver a ese texto es en un ejercicio que considero altamente saludable y muy recomendable. Por muchas veces que lo lea no dejará de sorprenderme el que lo que en él quería denunciar que no sólo resultaba acertado en aquellos ya lejanos días de la guerra fría sino que era aterradoramente profético y atinado en relación con nuestra situación actual. Impacta el constatar cómo se ha perpetuado en Occidente el mal de la falta de coraje de su vida civil tanto global como individualmente, empezando por las elites gobernantes e intelectuales y acabando por los humildes contribuyentes.

En España es mucho más grave todavía y hiela la sangre ver la colección de medianías e ineptos que han poblado los sucesivos gobiernos de Rodríguez Zapatero y de Rajoy Brei. Aunque tal vez es peor la resignación con la que la llamada sociedad civil lo ha aceptado. No me refiero a la necesidad de protestas en forma de algaradas callejeras como la de los indignados, sino a que tras la gestión de un gobierno como el de Rodríguez Zapatero su partido debería haber pasado a ser una fuerza parlamentaria marginal y a que un partido respaldando un gobierno como el de Rajoy Brei que ha incumplido prácticamente todas sus promesas electorales debería estar desplomándose en las encuestas.

Pero Solzhenitsyn veía aún más allá puesto que, a continuación, apuntaba con dedo acusador a los razonamientos usados continuamente para mostrar lo realista, razonable, inteligente y hasta moralmente justificable que resultaba fundamentar políticas de estado sobre la debilidad y la cobardía. Es como si el bueno de Alexander estuviese viendo en una bola de cristal la política de la rendición preventiva de nuestros políticos, el llamado pensamiento Alicia del anterior gobierno y la indefinición ideológica y falta de principios del actual gobierno.

Aunque siendo un poco conspiranoico, tal vez, que lo que estamos viviendo no sea más que la reactivación de un virus que el extinto bloque comunista inyectó en Occidente para que éste buscase su propia destrucción, es como si fuese el despertar de una letal ideología latente. Esta enfermedad intelectual sería la que lleva a los contagiados a desacreditar y satanizar a ideologías distintas de lo políticamente correcto y a atacar con violencia a los que piensan distinto y que no pueden defenderse por haber sido ya desacreditados y ser socialmente marginados. Pero que también les hace ser complacientes o inanes ante los gobiernos a los que el disidente soviético tildaba de amenazadores o poderosos y que hoy llamaríamos gamberros y lo que entonces, y hoy, era más peligroso a mostrarse comprensivo, débil o claudicante ante los terroristas internacionales. Este último síntoma está mucho más extendido de lo que se cree puesto que todos nos habremos indignados al oír citar en algún medio extranjero al movimiento separatista ETA. Aunque no estemos libres de culpa totalmente, pues no menos indignante debe resultar para el pueblo israelí la idealización de los palestinos o no menos chocante que algunos de los motivos más populares para camisetas o pines sean el rostro del Che Guevara o la estrella roja.

Otro hombre del este de Europa Andrej Szczypiorski nos da una pista acerca de ese peligroso virus. En 1995 apuntó en una conferencia en Salzburgo a que el desmoronamiento, la carencia de alternativas y la sensación de que el capitalismo no satisfizo las expectativas de muchos, los empujó a pensar que Occidente tampoco tenía razón. La conclusión última sería la aparición de un relativismo absoluto según el cual no hay derecho ni razón. En mi opinión esa frustración de expectativas posiblemente desmedidas y falsas podría haber empujado a la creencia de que las visiones no europeas del mundo son más válidas al no haber estado manchadas por el pecado original de la destrucción de la utopía marxista.

Pero tal vez me estoy desviando de la cuestión de la libertad y, sin duda, alargando demasiado. Quisiera volver al tema de esta primera intervención y hacerlo de la mano de Georges Bernanos de quien tomaré prestada una idea suya que aparece en su ensayo “Libertad, ¿para qué?” (por cierto, título basado en una frase de Lenin, ¡con el comunismo hemos topado de nuevo!). El escritor francés denunciaba que la peor amenaza para la libertad no es que uno se la deje arrebatar, puesto que en ese caso aun cabría la posibilidad de reconquistarla, es que se haya perdido el aprecio por ella y que no se la comprenda. Lord Acton lo planteaba en otros términos indicando que la libertad era menos segura como derecho que como obligación, puesto que así sería irrenunciable, mientras que como derecho no lo sería. De nuevo un pensamiento de más de cincuenta años apunta con aterradora precisión a los males que atenazan a nuestra sociedad actual, en la que la ideología imperante hace de sus ciudadanos seres irresponsables que, como nos decían los del Río, no deben discutir lo que dicen los que mandan y que valoran una versión falsa de la libertad. Una versión basada en la errónea creencia de que el hombre en sí no es malo sino que lo son las estructuras sociales que deben ser modificadas. Todo esto, como se puede comprobar fácilmente, no conduce más que a un uso irresponsable de la libertad y al abuso de la misma.

Hace algunos años el Cardenal Ratzinger denunció como la libertad no tenía para muchos otra base que el propio deseo sea la única norma de las acciones del hombre, cuya voluntad puede desearlo todo y que puede poner en práctica todo lo que desee. Cabe preguntarse si un ser que se guía así es realmente libre, si esa libertad es razonable y finalmente si libertad no razonable es realmente libertad o incluso un bien. Joseph Ratzinger concluía que se trata de una libertad carente de razón y por tanto una tiranía de la sinrazón que no permite la compatibilidad mutua de las razones. Pero claro Joseph Ratzinger, aun antes de convertirse en Benedicto XVI ya formaba parte de esos demonizados y satanizados por el pensamiento único que pueden ser atacados impunemente, sin necesidad de razonamientos y ante los que se puede mostrar una absoluta e implacable intolerancia disfrazada de firmeza.

Terminaré con lo que nos dice nuestra madre la Iglesia acerca de este tema, ya que me parece que, se crea o no en Dios, lo que dice es algo totalmente revolucionario a los ojos del pensamiento único y políticamente correcto de los del Río sin el menor resquicio de duda: que el hombre al haber sido creado a imagen de Dios, ha sido dotado de razón y de voluntad libre. La constitución “Gaudium et Spes” establece que “La dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe según una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o la mera coacción externa”. La libertad no sólo debe ser ejercida bajo presión ambiental, sino que debe ser ejercida con responsabilidad puesto que podría conducir al pecado si colisiona con otras libertades sin ofrecer el respeto que exige. Pero aun hay más puesto que se nos advierte que la libertad “se envilece cuando se encierra en una dorada soledad” y “se fortalece cuando el hombre acepta las obligaciones de la vida social”. Frente a esto, ¿qué nos ofrece nuestra casta política? Lasciate ogni speranza.

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